martes, 1 de marzo de 2011

MANERAS DE MORIR



Rara obsesión de los poetas por los cementerios. Exhumar la memoria de los cadáveres. Caminar entre lápidas memorizando nombres y fechas para olvidar las nuestras. Robamos guijarros profanos y piñas vacías a los árboles custodios. No soy culpable de que sólo una flor crezca cada año en la tumba del poeta. No hay ofensa en el expolio de lo imperecedero, en la cosecha de cenizas de aquel que escribió versos para luego ser enterrados sobre sus labios inertes.

Hay una visión de ángeles inmóviles y es porque aquí se ha parado el tiempo. Veo uno caminar con pie de gacela cautelosa. Ni él mismo se ha dado cuenta de que los cipreses se inclinan cuando calca epitafios en su horizonte de espejismos. Ni él mismo ve el suyo mientras yo, que lloro infantes difuntos, amo y maldigo la reliquia de su corazón guardada en mi camafeo.

Todo esto es el sueño de cualquier fin, una carta oculta entre lirios azules y ocres que no ha de ser leída jamás por nadie, un exvoto de fe más allá de ser correspondido al deseo de permanecer eternamente.

Nuestro dolor yace durmiente bajo sus alas de mármol. Toma mi flor, dijo el poeta, y regresa a tu mundo, bella muerte.