viernes, 29 de abril de 2011

CORTE Y CONFECCIÓN

Me veo y ya me empiezo a reconocer. Soy (tal vez lo era antes y no lo quise ver) un corte disgregado en el caminar -sí, he dicho en el caminar porque queramos o no, es obligado el paso-. Probablemente un roto que valía más que el descosido, un cabo ardiendo en el día sin una noche a la que llegamos sin elegir. Se acaba la luz que gobierna soberana en los cubiertos de una mesa con comensales hambrientos. Pero fui la copa. Ya nada hay que escanciar. Pienso en el líquido que anestesia la garganta y que custodia las palabras porque necesito creer en ellas. Cada trago significa una ofensa en el conocimiento. Cada sorbo es una prohibición por pensarse en cómo dispone la coherencia. Nada sé y duele. No me hagan mucho caso, esto no es más ni menos que un vacío más. Lo mejor, créanme, es cuidar como si fuera un tesoro la prenda que nos cubre cuando más desnudos estamos, pese a todo aquello que simula un vestido al desamparo de los días. Un patrón de modistilla tan al bies que uno duda si nos quedará igual que un guante hecho a la medida de las circunstancias. El traje -ya lo dije en su momento- no hace eterno a nadie-, el pie no se adapta a los zapatos nuevos, la seda es la seda, y el roto, repito, vale más que un descosido. Docta sabiduría la de los sastres de la luna. Aunque hoy no veamos ni un ápice de noche y la copa, aún, no esté vacía.