martes, 12 de julio de 2011

Un hombre. Una mujer

Asistir al proceso de la mirada limpia es un concesión grandiosa que rara vez nos ofrece el devenir de lo cotidiano. No todos están preparados para ello. Distinguir el color verdadero que envuelve a la pupila (no son castaños, son café con hielo), la piel que el tacto vuelve microscópico al poro, hundirse en él como un ave ciega en un volcán a punto de erupcionar, respirar un océano en las sílabas que resbalan por los labios, llegar a la nuca-imán donde nace cada día el milagro de un aroma.

Pero, ¿y si somos mirados y no sabemos que lo hacen de esa forma?. Y si me pierdo?. Y si me pierdes?. Soy una mujer. Tú eres un hombre. Dos árboles nos contemplan desde sus hojas: hemos sido su ofrenda de sombra en un fragmento de la eternidad. Pero tú, hombre de muchos nombres, apenas llegas a saber cómo languidece una mujer antes de ser visto. No todos están preparados para ello. Hay un edén hecho de olvidos con ojos colgados como manzanas rojas. Una mujer, un hombre…todo lo demás sobra.