sábado, 11 de febrero de 2012

FÍSICA CUÁNTICA

Existe un universo donde somos dos extraños. Paralelamente estamos hechos el uno para el otro. En astrofísica, podemos ser incluso dos partículas que jamás se encontrarían en un agujero negro. O un enigmático antojo de la figuración abstracta en la mente del artista. Sigamos imaginando, aunque mortifique la espera de algo hipotético. Disfrutas saboreando el té por la mañana mientras repasas las noticias en un diario que alguien deja cada día en la puerta. Estudio tus dedos y las uñas limpias y cuadradas. Pasas una mano por el cabello y de ahí a una hoja, embriagándote en el aroma de las letras recién timbradas. Me gusta deleitarme  en ese segundo de lo intangible mientras imagino el resbalar amargo de la tibia infusión por mi garganta. Estoy apoyada en la puerta, calladamente, como podría estar en otro espacio esa molécula imperceptible de la ciencia inexacta que enloquece maquiavélicamente a un investigador. Tan ambigua como el desafío que espera casi siempre apostado en una puerta de salida o entrada. Soy, a duras penas, un cálculo porcentual de acierto inmaterializado en la atmósfera. Tentemos a la posibilidad de un nuevo bigbang. Juguemos a crearnos partiendo desde cualquier punto de apoyo. Propones ir a bailar. Te gustará, insistes. Ignoras cómo son mis ojos y  que me mata la intensidad de la belleza que aún no conozco. La virtud de la seducción nace desde la retina y viaja inexorablemente hacia el resto de los sentidos. Así que salimos en busca de la danza mágica de los cuerpos celestes. No sé bailar. Qué importan los códigos  entre el uno y el otro. Mirarles ahora: no se han rozado todavía pero ya bailan. Entonces pienso en la infinitésima probabilidad de que se cumpla la fórmula de las partículas de polvo de Duchamp. Si lo piensas, es que existen. Y somos. Déjate llevar.