martes, 4 de diciembre de 2012

PALABRAS

 


Amaestrar el pulso sobre el papel arrugado del niño que fuimos en la escuela de los significados. Borrar, alumbrar una y mil veces el trazo correcto. Letras parodiándose en busca de un sonido aún impronunciable. Dar a luz a la madre llamándola por su nombre. Querer al padre en el verbo mimar. Unir el singular con el plural. Anudar el árbol con el hombre, la leche con la vaca, el miedo con la noche, el fin de un cuento con la felicidad. El amor con un beso. ¿Cómo se escribe vacío con un triste código de signos?. Y el dolor ¿cómo se dice?. Y la muerte ¿cómo se dibuja?. Las palabras provocan la combustión del lenguaje. Arden bajo la ambigüedad contenida del desorden primigenio de la razón. Para cifrar, reinventar la llama que las haga desaparecer, habría que convocar una asamblea que vote por unanimidad que todo lo dicho vale para salvar un solo verso de un poeta.
 (Imagen tomada en la exposición “El hilo de Ariadna” y que se podrá disfrutar hasta el mes de marzo en La Casa del Lector http://casalector.fundaciongsr.com/. Detrás, la videoinstalación de Charles Sandison. “Index”, 2.006)